Saltar al contenido

Qué difícil es argumentar y que fácil etiquetar

Vivimos en una sociedad dónde reina la democracia de la opinión en las redes sociales. Podríamos decir que la cibersociedad nos alienta diariamente a expresarnos continuamente «orbis et urbis» en el mundo in silice donde todas las creencias son válidas. Además, como fieles usuarios de internet hacemos uso de la herramienta para deleitarnos con recetas de cocina, buscar viajes exóticos, realizar nuevas y sugerentes amistades o diagnosticar/nos algún trastorno orgánico o mental del cual empecemos a tener sospecha…

Y tiene toda su lógica bucear en la red averiguando síntomas ya que habitamos un contexto desde hace dos años que está muy preocupado por la salud y por la enfermedad. Comparamos analíticas, apuntamos efectos adversos, anotamos constantes vitales (frecuencia cardíaca, frecuencia respiratoria, tensión arterial, saturación de oxígeno o la muy insigne temperatura corporal) e incluso gustamos contrastar diagnósticos psicológicos o psiquiátricos.

Nos hemos convertido ya en «profesionales» del campo de la salud, en conocedores de vocabulario médico como por ejemplo: ítems, diagnóstico, yatrogenia, curva de contagio, OMS, zoonosis, U.C.I, infección, epidemiología, disnea, hisopo, morbilidad o prevalencia, entre otros. Por si fuera poco, diversas app nos permiten monitorizar los estados de ánimo, cambios emocionales, indicios depresivos o ansiosos, control de fármacos o vigilancia de ideas suicidas (I am sober, Mysure). Todo un caldo de cultivo sin placa de petri pero altamente potenciador de un presto auto-diagnóstico y por ende de intervención más tratamiento.

Sin ir más lejos, en las pasadas evaluaciones académicas a las cuales asistí, una compañera docente leía cinco características de síntomas en google y colgaba la etiqueta de Asperger a un alumno de 1º de E.S.O. que según ella se ajustaba a la perfección a tal perfil psicológico. En 10 segundos la pretendida etiqueta planeaba con colgarse del cuello de un alumno sin tener en cuenta su historia de vida, su contexto familiar, sus continuos cambios de residencia, su separación materna, su adicción a videojuegos, su dificultad para entablar amistad entre compañeros, el nacimiento de una hermanita de la nueva pareja paterna…

Empecemos a ver a las personas en su complejidad, adoptemos una mirada holística, aprendamos a mirar y a escuchar. Desaprendamos a robotizar, a fiarnos de los smartphones y a adoptar una visión simplista.