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Psiquiatras psiquiatrizados

¿SON INMUNES LOS PSIQUIATRAS AL DESVÁN?

En la actualidad estamos asistiendo los ciudadanos a una alarma constante sobre temas referentes a la salud mental. Como he comentado en otras ocasiones, el negocio de la salud mental está en auge y los medios de comunicación -prensa, televisión, radio y apps como instagram o tiktok- se suman a esta escalada de difusión masiva; extendiendo la idea de que cada vez somos «más enfermos mentales». Organizaciones como la OMS no ayudan precisamente cuando aseveran que «una de cada 4 personas tiene o tendrá algún problema de salud mental a lo largo de su vida». Esto supone una aterradora cifra del 25% en términos porcentuales.

Como personas informadas somos conocedoras de los estragos de la economía actual que según el FMI augura una recuperación negativa en niveles de riqueza previos a la pandemia. En consecuencia, asistimos a más destrucción de tejido empresarial, a mayor tasa de paro y al ahogo de los trabajadores españoles con elevadas subidas de inflación y de interés. Factores nada halagüeños que nos hacen mermar la confianza y credibilidad en las instituciones que nos representan. Y por supuesto, la generación de un sufrimiento y malestar en millones de familias que ven mermadas sus posibilidades de vivir dignamente. Este panorama desolador se traduce en más visitas en atención primaria, más prescripciones farmacológicas y más demanda de consultas psiquiátricas.

Siempre me he preguntado qué acontece al otro lado del diván. Qué tipo de trastornos podrían padecer aquellos profesionales de la salud mental en quienes confiamos nuestras historias de vida. Qué tipo de trastornos: depresivos, ansiosos, bipolares, disociales, límites de personalidad, negativistas desafiantes, deficitarios de atención, impulsivos e hiperactivos y esquizofrénicos, entre muchos otros, albergan los fueros internos de aquellos que desempeñan la psiquiatría.

Porque, ¿Quién nos garantiza que la salud mental de tales expertos en el ámbito psiquiátrico se encuentre en un estado óptimo y equilibrado para tratar a otras personas? ¿Cómo podemos confiar ciegamente en que la persona que nos está evaluando se encuentra apta y lúcida para realizar dicha valoración? Observamos su currículum profesional, sus colaboraciones en artículos científicos, sus conferencias en congresos, su larga lista de espera, sus diagnósticos y prescripciones farmacológicas registradas en informes…Pero, ¿y sus propios patrones heredados de afrontamiento ante los problemas de la vida? ¿y sus miedos y temores ante los cambios sociales, frustraciones amorosas, pérdidas de seres queridos, transiciones laborales o enfermedades sobrevenidas? ¿y la preocupación que empieza a corroerles de que tal vez, la bata blanca se arrogue un poder sin suficiente solidez científica?

El DSM III -elaborado por psiquiatras en 1980- parió 265 trastornos y los concibió como enfermedades del cerebro. Los elevó a la categoría de las enfermedades del corazón, la diabetes o el cáncer. Sin pruebas. Sin validez ni fiabilidad demostradas. Sin ciencia.

Cualquier persona íntegra y conocedora de la historia temblaría ante esta perspectiva. De los daños y perjuicios que se pueden ocasionar prescribiendo cócteles de fármacos que obedecen a una simple hipótesis de desequilibrio químico. Desconozco cuantos psiquiatras estarán psiquiatrizados. Cuantos de ellos habrán caído en el propio engendro creado por ellos. Cuantos de ellos se aventurarán a proyectar en otras personas unos síntomas y diagnósticos que probablemente hayan padecido o padezcan ellos mismos en este momento. O cuantos de ellos se atreverán a decir abiertamente que tienen un trastorno mental. O que continúan medicados…

Decía Isaac Newton unas palabras sublimes:

Puedo calcular el movimiento de las estrellas pero no la locura de los hombres.