Decía Orwell que «quien dominara las palabras dominaría el mundo» y precisamente estamos asistiendo a una manipulación del lenguaje sin parangón haciendo uso de conceptos como igualdad, inclusión o diversidad. Términos que aparentemente albergan un contenido político de justicia social para todos pero que en el fondo contienen la semilla del Gatopardo: » cambiar todo para que nada cambie o todo siga igual».
La diversidad proviene del latín diversitas y esta del verbo divertere que significa: girar en dirección opuesta. Cuando hay diversidad, existe abundancia, riqueza y por tanto se aprecian hechos y cosas diferentes. La diversidad cultural nos aporta multiplicidad de puntos de vista, culturas en conexión, la coexistencia de historias de vida diferentes, modos de sentir distintos que en continuo vínculo forman sociedades complejas como la nuestra. Podemos hablar de biodiversidad, de diversidad funcional, de diversidad lingüística, de diversidad sexual o de atención a la diversidad en el ámbito educativo. El alumnado que ocupa nuestras aulas es diverso en capacidades, intereses, motivaciones, raza, edad, sexo, cultura, valores y en situación económica-social, entre otras. Podríamos apuntar que las leyes o decretos en la enseñanza que regulan los principios de equidad e inclusión en centros educativos – desde Infantil hasta la Universidad- velan para que todas las personas puedan acceder a la educación bajo la égida de la igualdad y la equidad «para favorecer el éxito y el progreso en el marco de un sistema social e inclusivo«. Pero realmente ¿estamos obteniendo estos resultados? o ¿la escuela sigue reproduciendo las desigualdades sociales como afirmaba el sociólogo Pierre Bourdieu? Y no solamente nos estamos refiriendo a los criterios socioeconómicos como juicios determinantes para conseguir una justa meritocracia: una adecuada titulación, una formación post-grado – un máster e idiomas- y un éxito laboral con apropiada remuneración…Estamos haciendo alusión a otro tipo de herencia, a saber, a la organización y maneras de trabajar de nuestros padres, a cómo gestionan el tiempo, qué formas de expresiones usan o qué técnicas de aprendizaje se transfieren en el ámbito familiar. Amén de factores psicológicos y personales como la exhibición de la voluntad que como padres demuestran en el seno familiar, si ejemplifican su curiosidad intelectual delante de los hijos, el esfuerzo prolongado que muestran en los objetivos que se proponen como padres, de qué manera se enfrentan a las vicisitudes y dificultades de la vida o en el compromiso en común que establecen como pareja.
¿Qué ocurre cuando el alumnado no consigue revertir su situación académica a pesar de definir y aplicar unos adecuados criterios de igualdad, diversidad e inclusividad? Principios sucesores de las leyes originadas ex profeso que contemplan las barreras y fortalezas de los discentes, la implementación de programas específicos, la proposición de adaptaciones curriculares, la dotación de recursos específicos con profesionales terapéuticos especializados, la gestión de becas y sistema de reservas, la flexibilización del periodo escolar, el suministro de apoyos e intervenciones psicológicas, la creación de espacios con distribución espacial y temporal diferente, la innovación con planes originales recreativos, la colaboración con asociaciones externas, la cooperación con servicios sociales o la coordinación con salud mental…Y con todo este empeño legal y normativa desarrollada; España sigue ocupando el segundo país con mayor tasa de fracaso escolar en toda la UE.
Llegados a este punto nos cabe reflexionar:
¿Y qué nos encontramos como colofón? Una procesión creciente de niños y adolescentes que van sumergiéndose en círculos cada vez más profundos dónde Hades les observa con recelo. Una voraz fagocitosis de diagnosis y medicamentum les espera.