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En el nombre del padre

El necesario complemento de la vida

Todos estos años trabajando como orientadora he echado en falta la figura masculina del padre en muchas de las reuniones mantenidas con familias. Se hace irreemplazable la colaboración paterna y materna en la educación de nuestros hijos. Una gran mayoría de intervenciones que he realizado con familias se han llevado a cabo con la presencia de la madre solamente. Razones hay varias: desde la imposibilidad por trabajo, por cuestiones de separación o divorcio, por no citar a los padres y asumir que el rol de cuidador-educador es solo materno- o porque el padre ha aceptado un rol secundario en la atención o el cuidado de los hijos. Sea como fuere, lo relevante es el éxito del resultado a conseguir en el arbitraje con la familia y con el hijo. Y cada vez se hace más patente que el encargo de la educación es una tarea bilateral porque el estilo y el traspaso de patrones en el hogar se trasmite por parte de los dos progenitores. El que uno de los dos exhiba un papel menos activo no significa que no esté educando. Por supuesto, la no intervención y la no implicación supone en sí misma una labor de transferencia de valores, o en este caso concreto, de contravalores. Es como la omisión del deber de socorro.

La complementariedad de los estilos parentales es un aspecto crucial ya que el enfoque adoptado por el padre siempre será distinto al de la madre. Es importante tener en cuenta las dos miradas sobre cualquier aspecto a evaluar en el niño, máxime si tratamos de obtener información para realizar un análisis completo de la unidad familiar, de las interacciones entre los miembros y de los objetivos que nos marquemos en la sesión. Uno de las dificultades actuales a las que más nos enfrentamos los orientadores son los problemas de conducta que muestran nuestros hijos en los centros escolares. Y es indispensable valorar el tipo de interacción comunicativa que existe en casa, cómo se acuerdan los premios y los castigos, cómo se valora la cooperación en casa, cómo se reparten las tareas del hogar, qué actividades se realizan conjuntamente, quién se preocupa más del rendimiento académico y del control de los deberes, cómo se gestionan las discusiones y los enfrentamientos en los problemas cotidianos, cómo se brinda apoyo y refuerzo en situaciones complejas, cómo se identifican y resuelven los choques emocionales y para finalizar, como se autoriza o desautoriza el poder conferido al congénere. Todos los factores apuntados son claves pero el último es fundamental ya que en él reside el valor de la jerarquía en el contexto familiar. El padre casi siempre verá el asunto o conflicto de una forma distinta a la madre. Su mirada mantendrá -en muchas ocasiones- más firmeza, más rigidez y más acción. Por contra, la madre manifestará más cariño, más flexibilidad y más protección. Los dos enfoques son imprescindibles y suplementarios como las dos caras de una moneda o como el yin y el yang

Cuando consigo reunir al padre y a la madre siempre aprendemos más sobre los hijos. Siempre ayuda para entender más a los hijos. Siempre compensa porque los dos son capaces de mirarse y redescubrir las aportaciones del otro con amor y respeto.

Firmeza y cariño. Los dos imprescindibles.

Padre y madre. Los dos indispensables.