Actualmente la ansiedad y el estrés continuados constituyen factores de riesgo que pueden conducir a un diagnóstico clínico de «trastorno depresivo-ansioso» combinado o a un «trastorno de ansiedad». Sean o no trastornos (según los manuales archiconocidos como el DSM o CIE) o simplemente constituyan problemas graves de la experiencia del vivir, no por ello dejan de ser incapacitantes o disfuncionales en el margen temporal de la persona que los sufre. Si los conceptuamos como trastornos, los envolvemos en una burbuja orgánica y biologicista, con sede en el cerebro añadiendo una descompensación neuroquímica. Nada podemos resolver desde este enfoque. Es estático, crónico, permanente y necesita tratamiento farmacológico. Por otra parte si abogamos por una mirada amplia, sistémica y contextual veremos los problemas desde una perspectiva compleja, no exenta de los condicionantes socioculturales que los rodean. Desde este epicentro sí que podemos trabajar, sí que podemos cambiar estilos de afrontamiento, sí que podemos analizar las características socio-culturales y económicas que nos envuelven y sí que podemos convertirnos en agentes de cambio para nosotros y por nuestros herederos.
Los problemas de ansiedad no se heredan genéticamente. Padres e hijos interaccionan continuamente y son afectados recíprocamente por sus tendencias de ansiedad y esto significa que los padres pueden jugar un rol importante reduciendo la ansiedad de sus vástagos si ellos aminoran las suyas propias. Según un estudio publicado en el American Journal of Psychiatry (https://doi.org/10.1176/appi.ajp.2015.14070818) hay pocos caminos para transmitir la ansiedad desde padres a hijos o viceversa. Los niños y adolescentes observan y absorben continuamente los miedos y las preocupaciones parentales, así como los estilos de afrontamiento que utilizan y el vocabulario que emplean. Desde los miedos por ir al dentista, pánico por contraer una enfermedad o temor por no poder controlar lo que hacen cuando abandonan el hogar…Todo un sinfín de modelos -de acción y reacción- que se repiten diariamente y que perpetúan el malestar en el hogar. Investigaciones anteriores lo han corroborado: hijos de padres ansiosos son más probables que acaben siendo ansiosos. Y en este caso, la terapia de conducta que ayuda a disminuir la ansiedad de los padres repercute positivamente menguando la de los hijos. Es crucial que los padres sean conscientes de los comportamientos ansiosos que emiten así como la forma de gestionarlos, ya que será clave para no transferir dichas conductas patológicas a sus descendientes.